Félix de Agüero
“Siempre sentí que sería incapaz de llevar una vida normal sin la pintura
como medio de relación con la sociedad.”
_Ana Paula Osma
En un tiempo en que la imagen parece disolverse entre la inmediatez y el artificio, la pintura de Félix de Agüero se alza como un acto de resistencia silenciosa: un intento por devolver al ojo la capacidad de detenerse. Sus lienzos, poblados por ausencias humanas y horizontes detenidos, parecen hablar desde un límite —el del paisaje convertido en pensamiento, el de la materia que todavía se interroga por el espíritu.
Desde sus primeras obras, marcadas por el surrealismo y el barroquismo de la juventud, hasta la depuración actual de su lenguaje pictórico, su trayectoria ha sido una búsqueda constante de lo esencial, una manera de mirar el mundo sin necesidad de intermediarios. Sus paisajes costeros, las luces nocturnas sobre la piedra o el mar, la melancolía de lo que se retira sin desaparecer, conforman una poética visual que rehúye la presencia humana para sugerirla en su huella.
En esta conversación, el pintor reflexiona sobre su proceso creativo, la persistencia del romanticismo, la relación entre arte y vacío, la música y la literatura como acompañamientos necesarios, y el papel del espectador ante una obra que busca trascender lo meramente decorativo. Una entrevista que es, en el fondo, una meditación sobre el arte como forma de supervivencia interior.
¿Podrías contarnos cuándo descubriste que la pintura sería tu medio de expresión?
Desde la infancia me recuerdo dibujando más que pintando. Siempre sentí que sería incapaz de llevar una vida normal sin la pintura como medio de relación con la sociedad. Compaginé esta dedicación con trabajos ajenos de subsistencia, pero a comienzos de la veintena decidí dedicarme por completo a la “creación” o composición artística. Sin olvidar otros medios siempre tuve claro que la pintura era lo que mejor se adaptaba a mi propuesta, a pesar de la “superación conceptual” que en aquel tiempo se producía.
En varias reseñas te mencionan como “un romántico del siglo XXI”. ¿Cómo te identificas con esa etiqueta?
Exactamente el termino “romántico” debería aplicarse a cualquiera que se dedique al arte, es algo implícito. Pero atendiendo a los temas que trato y la elección del paisaje-pasaje y dentro del realismo, ciertamente lleva una carga romántica que no ha de perderse aun como medio de trascender el materialismo de la técnica.
¿Cómo es tu proceso de trabajo desde la idea hasta la obra terminada?
Tengo dos procesos inversos con un mismo final. Normalmente trabajo con fotografías que realizo ante escenas y paisajes que me despierten un cierto interés -muchas veces como simple archivo del que hacer uso- y si la emoción que me produce me interesa, mediante ordenador altero y compongo el boceto final que posteriormente llevo al óleo sobre el lienzo. Pero quizás me ocurre más tener una idea clara de lo que deseo plasmar, y entonces busco los modelos bien en ese almacén de archivos, en nuevas fotografías o con modelos del natural. Siempre con el mismo final de pinceles y óleos sobre la tela.
La ausencia del cuerpo humano es una constante en tu obra. ¿Qué significado tiene para ti ese vacío?
La figura humana tiene una presencia muy fuerte en una imagen, personaliza la escena y hace que su entorno aparezca como complemento. Mi intención es dar un rodeo para insinuar esa presencia mediante las huellas que ha dejado, o su ausencia mostrando la plenitud de la desolación ante un horizonte donde el misántropo se acomode.
Has hablado de tus paisajes costeros como un motivo recurrente, ¿por qué te atrae ese escenario de la costa?
Podría ser la atracción de lo no cotidiano, sobre todo viviendo en el interior. En realidad esto se produce por el tiempo sin prisas dedicado a la percepción de ese espacio estival como quien medita sobre cómo nos abandonamos en una arena monótona o plural, ante el límite del horizonte marino, desnudando los cuerpos entre pertenencias triviales que nos acompañan o se olvidan sin preocupación. Pero siempre la línea o límite del horizonte como meta o paso, traspasarla es cuestión de mil ensoñaciones.
¿Cómo has visto tu evolución como artista desde tus primeras obras hasta hoy?
Mis primeras obras eran surrealistas, además de barrocas, buscando crear una sensación de caos laberíntico. A través de los años, sin dejar del todo las alusiones surrealistas he ido eliminando obstáculos y me centro más en lo imprescindible, aunque como alguien dijo “siempre merecemos más de lo que necesitamos”. Hoy trataría de desmitificar la trascendencia del arte materializado en una obra que encierra un papel manifiestamente decorativo.
¿Tienes alguna obra o serie de la que te sientas especialmente orgulloso o que marque un antes y un después?
Sin duda mi serie de cuadros sobre escenas nocturnas con fuertes puntos o focos de luz en alrededores de monumentos de León, mares y una peregrinación. “Iluminaciones” fue su título. No he pintado más.
¿Qué papel juega la música o la lectura en tu vida de artista?
La música siempre es estímulo y acompañamiento. Hay quien crea en silencio, como debió hacer Dios, pero yo necesito un hilo conductor o bajo continuo o una inercia de sonido que acompañe la parte de ejecución monótona para que el cerebro no se pierda o ralentice.
La literatura siempre es necesaria para todo menos para entretener, a veces inspira -pocas- pero siempre crea un poso o tesoro con el que arroparse cuando buscas el tiempo que has perdido leyendo.
¿Qué deseas que el espectador experimente al contemplar tu obra?
Sé que mi pintura puede epatar e impedir ver nada más. Como ya dije es un problema del arte como “objeto de contemplación”. Un tanto por ciento muy alto de una obra es decorativo, ya sea una obra abstracta, realista, conceptual, performance…pero conseguir que el mínimo porcentaje restante trascienda e incline la balanza es lo que desearía que el espectador aprecie.
El arte puede ser metafísico sin que exista la metafísica y descubrirse feliz en su límite voluble.
Por último, ¿qué consejo darías a un joven artista que quiere iniciarse ahora mismo?
Puede leer “Lefeu o la demolición”. Saber que debe buscar su identidad y su modo de expresión vital. También es posible en el arte.
