Marcos Castro de la Puente
“Trato de conjugar las distintas capas del lenguaje artístico para construir un canal más rico, más fuerte.”
_Raúl Ordás
Ingeniero informático de formación, músico por vocación y hombre de teatro por destino, Marcos Castro de la Puente ha construido una trayectoria artística donde la razón y la emoción dialogan en un mismo plano. Su obra transita los territorios de la palabra, el cuerpo y el sonido, entendidos no como lenguajes separados, sino como fuerzas que se cruzan, se contradicen y se necesitan. En sus piezas —donde la música no acompaña, sino que transforma; donde el cuerpo no ilustra, sino que interroga— late una búsqueda constante: la de entender al ser humano desde los lugares donde el lenguaje no llega.
Habla con la serenidad de quien ha pensado mucho sobre el arte y, sin embargo, sigue acercándose a él con asombro. En su trabajo hay memoria, violencia, silencio, pero sobre todo una pregunta que se repite, una suerte de respiración interior que sostiene todo lo demás: ¿cómo comunicarnos más allá de las palabras?
En esta conversación, Marcos comparte su manera de mirar el arte como un acto de comunicación profunda, una búsqueda que atraviesa disciplinas y que, en última instancia, lo lleva —como dice al final— a practicar apnea en lo más hondo de sí mismo.
Vienes de un recorrido poco habitual: ingeniería informática, música, teatro. ¿Qué hilo une esas disciplinas en tu manera de crear?
Yo entiendo el arte y la relación que tenemos con este como creadores o como público como un gran canal de comunicación, de expresión compartida. Partiendo de esta sencilla premisa, es fácil ver cómo todo conocimiento es una herramienta, un valor puesto al servicio de la creación, y en ese proceso, mi intención siempre es la de poner en juego todos los recursos de los que dispongo para construir un canal más rico, más fuerte. Digamos que trato de conjugar las distintas capas del lenguaje artístico para componer la obra, y así, la música, la poesía, o la tecnología, se ponen al servicio de la pieza.
En tus obras el cuerpo, el sonido y la palabra parecen dialogar de igual a igual. ¿Cómo surge ese equilibrio entre lo físico y lo poético?
Me parece fundamental respetar ese equilibrio, y trato de conseguirlo a través de la escucha en profundidad de la obra, como si fuese una persona que me habla. Las cadencias, los ritmos y la intensidad se modulan a lo largo de cada obra y durante el proceso creativo hay que estar muy atentos, con una fuerte intención de escuchar para ir identificando cuál es la mejor herramienta que transmita o impulse la potencia artística en cada momento. De alguna forma, si tratas la palabra, el movimiento y la música con el mismo respeto, se suele colocar y surge un equilibrio de manera natural. Una vez se regula esa participación de las distintas disciplinas, trato de buscar para cada una de ellas una profundidad no naturalista, desde un lenguaje poético, porque siento que me permite llegar a lugares que no son accesibles de otra forma, y pienso que al espectador también se le abre esa posibilidad.
Has dicho que te interesa la violencia, no para explicarla, sino para hacerte consciente de ella. ¿Cómo se traduce eso en tu proceso escénico?
Es muy difícil explicar algo que no se llega a comprender del todo. Al menos siento que a mí me pasa eso, sin colocarme en un escalón de soberbia o de pedantería, cómo voy a explicar yo (desde un punto de vista filosófico o poético) qué es la violencia, el amor, el odio, la ansiedad... si no llego a comprender el peso de cada concepto, su capacidad de transformar al mundo y al individuo. Sin embargo, son palabras que tienen un significado enorme en nuestro día a día, y van más allá de su mera comprensión. Eso es lo interesante escénicamente para mí, esos espacios que hablan de nuestro lugar en el mundo, nuestra forma de pensar y de sentir, es sobre los que veo que es importante profundizar, reflexionar, crear, para observar desde otro lugar. Es como lanzarse a una búsqueda sabiendo que no vas a tener una respuesta clara, pero que lo importante es la búsqueda en sí, quizá como pasa con esa pregunta que nos persigue tanto, "¿quién soy yo?".
Me interesa hablar de la violencia para buscar un punto de vista, para que no quede impune, al menos para conmigo mismo.
Tu trabajo parece atravesado por la memoria: lo que recordamos, lo que olvidamos, lo que queda en silencio. ¿De dónde nace esa preocupación por el tiempo y la huella?
Me cuesta responder esta pregunta, es como si todas las respuestas que revolotean en mi cabeza fuesen válidas. Podría ser que temo olvidar, lo que soy, lo que fui, lo que deseé, olvidar personas, lugares, sentimientos... También podría ser una manera de poner en valor todo lo que se escapa de mí, aquello que no veo, que no pienso, pero que podría. De alguna forma, dejar patente que somos también en la ausencia.
No lo sé, puede que solo sea que creo que algo de nosotros queda en el tiempo, en el pasado y en el proyectado, y eso me resulta bello, artísticamente y de manera literal.
En piezas como De soledades y alegrías o Observación en Sol menor, la música no acompaña la acción, sino que la transforma. ¿Qué papel ocupa el sonido en tu dramaturgia?
Todas las artes conectan con las personas de manera especial, pero la música podría entenderse como algo que nos atraviesa. El propio latido del corazón tiene un compás, los pasos, la respiración... La música tiene un poder expresivo impresionante, transformador, ¿cómo no vamos a aprovecharlo en escena? No como banda sonora o como efecto estilístico, si no como arte creador y vivo, sobre el escenario, así las ondas del sonido salen del directo y se meten en tu piel. Por suerte (en mi opinión) no soy el único que lo entiende así, actualmente cada vez en más creaciones de compañías de teatro contemporáneo se cuenta con música en directo, yo trato de seguir esta línea de creación, dándole importancia a la figura del músico como intérprete, ahí está también la magia de unir distintas disciplinas artísticas. En teatro todo lo que hay sobre el escenario cuenta, nos da información, hasta los cordones de los zapatos del músico, si están desatados o no... Yo creo que por eso es tan interesante incorporar a los intérpretes en la escena, y no situándolos a un lado como si simplemente fuese un acompañamiento en directo, si no dándole un papel activo e integrado con la obra.
Tu teatro tiene algo de laboratorio, de experiencia sensorial. ¿Cómo construyes ese espacio donde el espectador no solo observa, sino que participa emocionalmente?
Trabajando, investigando y tratando de darle vida y sentido a cada texto, cada obra. En "De soledades y alegrías, el tiempo descolorido" por ejemplo, tenía importancia para mí generar un clima especial desde que el público entra al teatro, y hacerlo desde un sentido poco aprovechado escénicamente, el olfato. Fue una de las apuestas, que desde que entres al espacio el olor a café tostado, a cafetera de pueblo, ya te sitúe en un lugar receptivo distinto. Otro aspecto importante fue la incorporación de proyecciones mapeadas por el espacio, y así integrar una parte visual y tecnológica con presencia concreta en el escenario, no limitarse a proyectar un vídeo en una pantalla. Mi intención y la de las personas que trabajan conmigo en cada montaje es la de dotar de sentido y de posibilidades a la escena, poniendo en juego todos los elementos de los que dispongamos. Hacer partícipe al espectador pasa por el cuidado escénico de todos estos aspectos, cuantos más sentidos despiertes en la gente, más implicación con lo que está pasando.
Dices que el arte nos permite entendernos desde otros niveles, más instintivos, más animales. ¿Qué significa para ti ese lugar de comunicación más allá del lenguaje?
Es algo especial. Es como si entendieses un texto, una imagen o una melodía antes con el cuerpo que con la cabeza, y te emocionas, ríes, lloras, te enfadas o te angustias, sin ser realmente capaz de explicar por qué. Eso me parece casi mágico, entendernos más allá del lenguaje. Ojalá conseguir generar eso como creador más a menudo.
Has trabajado en espacios institucionales y alternativos. ¿Cómo cambia tu forma de crear cuando el contexto es más íntimo o más formal?
La forma es lo que más cambia, te tienes que adaptar a los distintos códigos, no es lo mismo la libertad creativa en un proceso artístico de una obra que en la elaboración de un guion para una gala o una conferencia, pero creo que el fondo es compartido porque siempre se filtran los impulsos y las inquietudes creativas del artista por algún lugar. Pero si hablamos solo de llevar a escena una obra creo que durante el proceso creativo fijas el tono de la pieza independientemente de si el escenario sobre el que se pone en pie es más íntimo o menos, siempre se pueden trabajar ciertos aspectos para favorecer la dramaturgia, ahí por ejemplo la luz tiene un papel fundamental.
Eres parte de una generación que busca nuevos lenguajes escénicos. ¿Sientes que hay una forma nueva de mirar el teatro en los jóvenes creadores?
En parte sí. Digo en parte porque creo que los lenguajes escénicos están de alguna manera vivos y en relación con los distintos contextos sociales, políticos, existenciales, etc. de cada época, por eso siento que hay una nueva forma de mirar el arte en los jóvenes creadores, igual que la hubo con Lope de Vega, con Lorca o con Maruja Mallo. Podría ser más evidente actualmente debido a las numerosas posibilidades que tenemos como creadores, tecnológica y plásticamente, así como de establecer sinergias con otras disciplinas ya desde los comienzos como creadores, pero si echamos la vista atrás, siempre ha habido grandes artistas llevando a cabo propuestas y técnicas innovadoras con lo que tenían a su disposición.
Si tuvieras que definir tu búsqueda artística en una frase o en una imagen, ¿cuál sería? ¿Qué sigues intentando descubrir cuando subes al escenario?
Practicar apnea en lo profundo de mi ser. Sigo intentando descubrirlo todo, vivirlo y sentirlo todo, y a la vez nada, romper el cuerpo en un instante, y que se haga eterno.
